BIENVENIDA AL BLOG

Va a ser este un blog dedicado por mí a otros contenidos. Comienzo con él mi fase más pública, una participación en el mundo de la política que hasta a mí me ha resultado sorpresiva, pero que en el fondo no deja de ser más que una respuesta a ese lado más social que desde siempre he demostrado a lo largo de mi trabajo. Recién llegada al mundo de la política municipal, he de confesar mi ilusión por seguir trabajando por la ciudad que me vio nacer de una manera mucho más intensa de lo que lo he hecho durante todos estos años a través de las actividades que he ido desarrollando a lo largo de mi vida profesional.
Es diferente ver la vida desde este lado, pero también enriquecedor, a pesar de todas las dificultades con las que sé me voy a encontrar en este nuevo recorrido.
Mi decisión, trabajar por y para mi ciudad, está teniendo muy buena acogida en el amplio entorno en el que me muevo, y espero que el fruto comience a verse enseguida, junto al conseguido por el esfuerzo del resto de mis compañer@s.
Son muchas las responsabilidades que me han correspondido, pero todas directamente relacionadas. Por eso, aunque ya llevaba más de un año con el blog de "igualdad" que voy a seguir manteniendo, he decidido abrir este otro que dé cobertura al resto de áreas que van a ser de mi competencia.
Espero que resulte de interés para la ciudanía de Astorga y sus pedanías, porque a todas ellas deseo extender mis desvelos.
Gracias por vuestra visita y también, si las hubiera, por vuestras sugerencias en torno a mi trabajo.

martes, 4 de marzo de 2014

BUTANO POR NAVIDAD. De Miguel Ángel Gayo Sánchez, de Sevilla. Relato ganador 1º Premio del Concurso de Relatos de Navidad "Astorga 2013".



La vorágine de un mundo en constante cambio me mandó al paro. Llevaba varios años como locutor en una radio local. Mis oyentes me querían. Yo quería a mis oyentes. Un día el jefe de la emisora dejó de quererme.
Aguanté un año rascándome el ombligo con la excusa de la cualificación. Luego otro año de histeria en busca de un trabajo dentro del gremio. Al año siguiente empecé a desesperarme.
Entonces Trini, mi pescadera de toda la vida, me aconsejó ampliar el horizonte:
-          El mundo no se reduce a espurrear salivazos en la alcachofa de un micrófono — dijo.
Las máximas filosóficas de Trini se apoyaban en la sabiduría inmaterial que atesoran los puestos de mercado. No obstante, a Trini le gustaba acompañarlas con soporte físico. En este caso, un papel de estraza con olor a pescado y una dirección escrita.
-          Pásate por allí. Necesitan butaneros.
Así fue como mudé de trabajo: desde la fuerza de las ideas con las que me ganaba la vida en la radio, a la fuerza de las manos con las que poder asir las bombonas de butano.
La empresa me asignó un compañero, una camioneta y ciento cincuenta bombonas diarias. Sueldo fijo y un plus por cada bombona. Las propinas directamente al bolsillo. Con todo, apenas se sacaba un sueldo para vivir.

Me tocó una zona de reparto extramuros de la ciudad. Los bloques de viviendas apenas rebasaban las cuatro plantas y carecían de ascensor. Subir a gañote las bombonas resultaba duro. La zona también incluía un poblado de chabolas conocido como El Charco. Algunas de esas chabolas contaban con una rudimentaria instalación de gas. Ninguna de ellas pasaría la inspección obligatoria que nuestra empresa estaba obligada a realizar. Nadie decía nada. Yo tampoco.
Mi empresa dependía directamente de una gran petrolera. Una multinacional que ganaba dinero a espuertas a pesar de la crisis. Pero ellos seguían poniéndolo todo negro para mantenernos acojonados. El jefe de mi sección se llamaba Gálvez:
-          La inestabilidad política en el África nos encarece la extracción del gas —explicó un día—. La libertad que reclaman esos pueblos vamos a tener que pagársela nosotros de nuestro bolsillo.
Con esta espuria justificación despidieron a varios conductores para reducir costes. Entre ellos a mi compañero, un veterano combado de espalda por el trabajo. Ahora debería yo conducir la furgoneta, aparcar, vociferar la presencia del butanero y subir a pulso las bombonas. La llegada de la Navidad complicó aún más las cosas. El frío invierno y el consumo por estas fechas incrementaban la demanda. Me resultaba imposible abarcar la zona. Gálvez encontró la mejor solución para los intereses de la empresa:
-          Mientras dure la campaña de Navidad, El Charco se quedará sin reparto. Hay que priorizar a nuestros clientes tradicionales.
Ese año, el calor de la Navidad no llegaría a los más pobres de entre los pobres...

La jornada del 24 de diciembre se consideraba en la empresa jornada de reparto intensivo. Nadie quería quedarse sin bombona para la cena de Nochebuena. Gálvez nos apretó las tuercas y nos hizo trabajar a destajo. Nos obligó a cargar las bombonas en la camioneta unas encima de las otras. La camioneta debía regresar con bombonas vacías.
Me dirigí a mi zona de reparto. Pasé junto al poblado de chabolas y ralenticé la marcha. Presentaba un aspecto aún más destartalado que en días anteriores. La techumbre de algunas chozas se había venido abajo por las nevadas. Los habitantes improvisaban una cuadrilla de obreros y trataban de restaurar las techumbres. La Nochebuena se presentaba fría, con temperaturas bajo cero. Alguien me gritó desde el poblado. Una mujer con un bebé en los brazos. Gesticulaba y gritaba muy fuerte para llamar mi atención. Enseguida salieron de las casuchas otras mujeres y se sumaron al griterío. Habían visto la camioneta de reparto. Los aspavientos fueron a más. Las mujeres vociferaban con todas sus ganas. Querían gas, querían las bombonas llenas, querían calor para sus familias. La cuadrilla de hombres dejó el tajo y se acercó a la carretera en busca mía. Aceleré la marcha y mi camioneta pasó de largo antes de que me pudiesen alcanzar.
Llegué a la zona de los bloques donde debía repartir las bombonas. En la parada del semáforo un joven negro disfrazado de Papá Noel se acercó a mi ventanilla y me ofreció sus pañuelos de papel. Le comenté la incongruencia de que un africano negro como el carbón tuviese que disfrazarse de un paliducho finlandés para poder ganarse la vida.
-          También usted parece que vaya disfrazado —dijo.
Observé mi uniforme naranja. El joven se encontraba en lo cierto. La empresa me colocó este disfraz el mismo día que firmé el contrato. La empresa necesitaba uniformarte para que entendieras que ya eras uno de sus soldados. Entonces defenderías sus intereses por encima de todo. El semáforo cambió a rojo y se escucharon pitidos de los otros conductores. Gálvez dijo que las miserias de la gente terminarían pasándonos factura. Los conductores de atrás se impacientaron.
-          ¡Si de verdad eres Papá Noel y no un negro disfrazado, sube a la camioneta y ayúdame a repartir gratis el jodido gas! ¡TU JODIDO GAS! —le grité al joven.
-          ¿Mío? —preguntó extrañado.
-          El gas de estas bombonas lo sacan de tu país. ¡Sube antes de que se cabreen los conductores! ¡El calor de la Navidad llegará hoy a las gentes de El Charco! ¡Invita Papá Noel!
-          ¿Se ha vuelto loco? ¿Habla en serio? —preguntó con las pupilas dilatadas.
-          Sabes que sí. ¡Sube de una puta vez!
Las crónicas periodísticas de los días posteriores informaron de que una banda organizada robó una camioneta de reparto de butano y se dio a la fuga aprovechando el trasiego típico de las fiestas navideñas: “Los asaltantes actuaron disfrazados en todo momento para dificultar su identificación. No obstante, la policía cree que los delincuentes residen en el poblado marginal conocido como El Charco”.

-          ¡Es usted un cabrón! —me gritó Gálvez. Me custodiaban en el cuarto de seguridad donde la compañía lavaba sus trapos sucios—. ¿Se ha creído que somos una ONG? ¿Cómo se le ocurrió regalar las bombonas? ¡Se le va a caer el pelo!
Gálvez se encontraba descompuesto. Llegué a sentir pena por él. La empresa jamás le perdonaría que un escándalo así se hubiese producido en su sección. Rodarían cabezas. La suya la primera. Él lo sabía y por eso intentó cubrir el escándalo simulando un robo.
-          ¡Cómo le ha podido hacer algo así a la compañía! —balbuceó ya sin tensión, tratando de encontrar en mis ojos una chispa de locura que tranquilizase su conciencia.
-          Un negro me engañó —dije extraviando la mirada—. Decía que el gas de las bombonas era suyo. ¿Sabe usted algo de eso, Gálvez? Bueno, qué más da. De no ser por Papá Noel las bombonas se hubiesen quedado en la furgoneta. Pero Papá Noel se empeñó en que el calor de la Navidad llegase a esos chiquillos. Y luego ese jodido negro, erre que erre, que si el gas se lo habíamos robado a él... ¿Por qué me mira así, Gálvez? ¿Sabe de lo que le hablo?

Miguel Ángel Gayo Sánchez. 
1º premio Relatos de Navidad Astorga 2013. Cat. Adultos.

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